martes

Irene.

Irene, una preciosa mujer con un cuerpo perfectamente formado que daba la apariencia de tener menos edad, entró lentamente con un gesto de fastidio en el rostro. El negro y brillante cabello le caía hasta la espalda en una enredada cascada que enmarcaba su tez pálida, grandes ojos cafés contrastaban con el color de su piel y sus carnosos labios completaban la perfección de su rostro.
 
Cuando al fin logró quitarle la blusa, se quedó estático por un momento admirando esos firmes, redondos y pequeños senos cubiertos con un brassiere de encaje blanco que hacia juego con las pantaletas y no es que antes no los hubiese contemplado. Él se los compró, lo que pasaba era que siempre lo maravillaba la perfección de sus formas. Jadeante de emoción, bajó lentamente la cara, besándole el cuello, mientras ella entrecerraba los ojos y le sostenía la cabeza como para evitar que él la fuese a despegar.Pero no sólo el rostro era perfecto, su cuerpo delgado, mostraba la generosidad que la naturaleza le había concedido; la redondez de sus senos, pequeños, firmes y redondos se marcaba fuertemente a través de su blusa dejando transparentar sus pequeños pezones que despertaban a la sexualidad; la estrechez de su cintura combinaba perfectamente con el volumen de sus caderas, que no eran demasiado grandes pero si lo suficiente como para que cualquier hombre quisiera perderse en ellas; ya ni hablar de sus piernas, que gracias a la exquisita firmeza de sus muslos, provocaba múltiples miradas a su paso, y más de uno quería poner sus manos en aquella tersa piel. Entró al pequeño departamento, soltó la trenza que sujetaba su cabello y desabotonó su blusa, botón por botón en un ejercicio de auto-complacencia, estaba por desabrochar el botón final cuando oyó que la puerta se abría despacio, como queriendo no hacer el más mínimo ruido.

- Hola, ¿estás sola? - dijo un hombre mientras se asomaba por el resquicio de la puerta.
- Ya sabes que sí, él trabaja hasta noche, lo sabes muy bien... - le respondió ella de frente sin importarle que pudiera verle la parte inferior de su brassiere - Pero no te quedes como un idiota ahí afuera, pasa para que comas - le ordenó ella mientras se abrochaba nuevamente la blusa. Raul, que así se llamaba aquel hombre, entró a la casa. Era un hombre que si acaso le llevaba unos dos meses a Irene, de aproximadamente 1.70 m y piel morena, demostraba en su cuerpo los beneficios de practicar deportes diariamente, tenía una constitución física mejor cuidada que los tipos de su edad. tres pequeñas pulseras decoraban su muñeca derecha y su cabello negro y corto hacia lucir aún más sus ojos obscuros.
- Vaya, hoy si vengo totalmente aburrido del trabajo, ¿Cómo te fue hoy? - dijo él
- Muy bien… bueno... un poco aburrida, pero se me quito cuando me puse en pensar en ti- dijo ella.
- Eso es bueno - replicó él, -¿y por qué pensaste en mí?- Ella ya no respondió. 

Dio la media vuelta y se puso a picar vegetales en el fregadero, moviendo cadenciosamente las caderas ante la lasciva mirada de Raul. Por un momento todo quedó en silencio, Irene preparaba la comida mientras él la observaba, una sensación conocida invadió su entrepierna, bajó un momento la vista y se dio cuenta de que tenía el pene erecto, no pudo dominar su impulso y lo acarició fuertemente, pero eso en lugar de calmarlo lo excitó aún más, así que se puso en pie y caminó lentamente hacia donde se encontraba ella.

- ¿Qué es lo que quieres de comer? - Dijo ella ingenuamente. Ahora fue él quien no contestó, la abrazó por detrás pegándosele a la cintura lo más que pudo, mientras que con las manos le acariciaba los senos.
- ¿Se puede saber qué es lo que estas haciendo?, porque si lo que tratas es que me excite para que hagamos el amor, déjame decirte que no lo estas consiguiendo - dijo ella en un supuesto tono amenazador, pero que realmente delataba su creciente excitación. 
- ¿Qué tal esto? - le respondió él mientras metía una mano por debajo de su blusa y le estrujaba un seno, - ó tal vez te convenza más esto. - concluyó mientras bajaba la mano izquierda y le tocaba en medio de las piernas por encima de la minúscula falda. 
- No, Noo lo hagas, esto, no está bien - dijo ella en un tono tan poco veraz que lo incitó a continuar.
- Yo sé que te esta gustando tanto como a mí - y sin decir mas, metió la mano debajo del brassiere y comenzó a acariciarle su pequeño seno, casi al mismo tiempo, con la mano que tenía abajo, logró desabrocharle la falda y estaba intentando quitársela cuando las manos de ella lo detuvieron. 
- Puedes romperla, deja que yo me la quite - y de un rápido movimiento se despojó de la en esos momentos estorbosa prenda. 

Una vez que la falda no se interpuso entre los excitados personajes, Raul metió la mano bajo la coqueta braga de ella, introduciendo los dedos en la tibia humedad que lo recibía anhelante. La tomó de la cintura y con un rápido movimiento la volteó hacia él, quiso besarla en la boca pero ella volteó el rostro un tanto molesta. 

- No, no me beses en la boca, eso no es correcto - dijo ella, como si el hecho de que él le estuviera desabrochando la blusa al tiempo que tallaba su entrepierna en la de ella sí lo fuera. Él no dijo nada pero sus jadeos dejaban ver una creciente excitación por parte de ambos.
- ¡Ah!, eso es, hazlo así! - gemía ella mientras él comenzaba a forcejear con la boca para quitarle el sostén, ella, al ver que casi lo rompía con los dientes, desabrochó la prenda intima para ayudar al desesperado amante en su juego. 

¡Jamás boca alguna se había deleitado más con un fruto tan delicioso!, Raúl le lamía los senos despacio, tratando de saborearlos lo más posible, acariciándolos suavemente con la lengua para hacer más largo y placentero aquel momento, mordisqueaba los pezones arrancándole a su bella amante suspiros a cual más, que lo excitaban aún más.

- ¡Por favor, ya házmelo, necesito sentirte adentro ya! - dijo ella mientras abría las piernas y recargaba las nalgas un poco en el fregadero para no perder el equilibrio. Pero aquel arrebato no podía culminar ahí, Raul lo sabía y decidió prolongar más aquella dulce agonía. Bajó más el rostro y mientras lo hacía besaba el torso de Irene que se retorcía, presa de placenteros espasmos. 

Llegó al ombligo y metió la lengua en el delicioso hoyuelo, bajó aún más el rostro y se encontró con unas pantaletas blancas que se interponían entre el hermoso triángulo  y su lengua, no les dio importancia y se deshizo de ellas lentamente, mientras aspiraba el agridulce perfume que emanaba la tibia vagina, abrió un poco más las piernas de Irene y hundió la cabeza en la delicada intimidad que salvaguardaban el fruto prohibido. 

Presa de la más grande excitación, Irene se recargó completamente en el fregadero, abrió lo más que pudo las piernas y con las manos sostuvo la cabeza de su amante en su lugar, queriendo que esa sensación nunca acabara.

- Me encanta tu sabor y saber que fui el primer hombre en hacerlo me gusta aún más - dijo él mientras hundía la lengua y la frotaba contra el clítoris en raudos movimientos circulares. 

- No hubiera querido que alguien más me despojara de mi virginidad, sino tú, fue la mejor experiencia que he tenido - dijo ella entre gemidos entrecortados refiriéndose a varios años atrás cuando comenzaron a tener relaciones en las vacaciones posteriores a la fiesta de graduacion de ella. 

Como un experto, Rául movía la lengua dentro de la vagina húmeda de la hermosa mujer, quien se retorcía ante cada movimiento, a cada embate de la experta lengua, la dama se contorsionaba.

Él sabía que ella estaba lista para recibirlo, así que se incorporó de un sólo salto, quedando de frente a ella, que lo miraba con ojos excitados, jadeando y sudando de tal forma que no podía contener espasmos involuntarios de placer. De un sólo tirón se quitó la camisa y comenzó a desabrocharse el pantalón lentamente para que ella pudiera observar totalmente su virilidad, pero ella ya no aguantó, metió las manos y de un rápido movimiento le bajó el pantalón y la trusa. Jadeando, comenzó un rápido movimiento de arriba hacia abajo, masturbando a su amante quien se retorcía del placer. Quiso meterse el pene en la boca pero él la detuvo, la incorporó de un sólo movimiento y la recargó en el fregadero.

- ¡Ya, hazlo rápido, no puedo aguantar más! - gimió ella mientras se abría los labios de la vagina con dos dedos. - Sé que lo estas deseando, pero así es mejor -, contestó y ayudándose de la mano izquierda, colocó la punta del pene en la entrada de la vagina y de una sola embestida la metió hasta el fondo, Irene respingó ante la fuerte acometida y por un momento ambos se quedaron inmóviles.
- Quizá solo sea por la excitación que tengo, pero cada vez que lo hacemos creo que la tienes más grande - suspiró ella frotándose la vagina con las yemas de los dedos. 
- Tal vez sea eso, o solamente sea por que ambos nos excitamos tanto que no podemos dejar de amarnos, aunque esté mal lo que hacemos- dijo él mientras acariciaba sus pezones con los dedos. 
- Calla - ordenó ella - no eches a perder la magia del momento, sólo házmelo como siempre,
con toda tu alma. - Después de eso ya no hablaron mas, Raul comenzó a meter y sacar, emulando un pistón bien aceitado, lubricado por los fluidos vaginales de ella. Irene recargó ambas manos en el fregadero y aprisionó con las piernas la cintura de él, para acoplarse en un ritmo perfecto, Raul comenzó a acariciarle los senos cubiertos de sudor.
- ¡Oh, por favor, que no acabe esta dicha! - decía ella entrecerrando los ojos, saboreando hasta la más pequeña acometida. 
- Nunca me canso de hacértelo - dijo él. Y aquello era verdad, no era la primera vez que lo hacían y esperaban que no fuera la ultima, porque disfrutar de esa pasión prohibida era lo máximo para estos dos amantes. Aquello era la locura, mientras ella apretaba lo más posible que podía la entrepierna, él se hundía lo más que podía en su lubricidad. Raul sabía que aquello no podía durar eternamente y en un descuido de ella la beso en la boca, pero a diferencia de la vez anterior, ella correspondió con una pasión queman, las lenguas de ambos se entrelazaban en una danza inicua que avivó el fuego de sus sexos.
- Pensé que no querías que te besara - dijo él después de ese apasionado beso - Comparado con lo que estamos haciendo, un beso no es nada, además, el sexo sin besos no sabe igual - contestó ella mientras le enlazaba el cuello con los brazos y le ofrecía sus labios en señal de aprobación. él apresuró el ritmo de sus embestidas mientras que Irene le pedía más y más, los jadeos de ambos inundaban la cocina mientras que el calor que despedían sus cuerpos los recubría de una fina capa de sudor que hacia más sensual el tacto. Se acariciaban cualquier rincón de sus cuerpos explorándose mutuamente, besándose con pasión sin despegar sus hambrientos sexos.
 
Las embestidas subían de ritmo e Irene no aguantó más placer que se derramó sobre Raul en una serie de convulsiones y gritos de placer que casi lo dejan sordo

- Te amo Raul, quisiera que esto no acabara nunca - gimió ella entre agónicos espasmos de placer, pero aun así no aflojó las piernas y apretó incluso con más fuerza mientras que él, inmediatamente después no logró aguantar más y gritó en medio de convulsiones que derramaban su semen dentro de la estrecha vagina
- ¡No puedo más, me voy!. - Al final, quedaron inmóviles, él, removiendo lo ultimo que le quedaba de erección dentro de ella, y esta a su vez, besándolo con una pasión inusitada.
- ¡Es el mejor orgasmo que he tenido hasta hoy! - dijo ella con una gran sonrisa en los labios. - Todos los orgasmos que tenemos juntos son los mejores, y ¿sabes por qué?, porque tu y yo nos acoplamos a la perfección - respondió él. - Y así pasaron la tarde, amándose de todas las maneras posibles, confiados de tener la casa para ellos dos solos hasta muy entrada la noche.

El reloj de la sala marcaba las 10:30 p.m., la sala estaba cubierta de penumbras, tan solo se escuchaban un par de risas dentro del comedor cuando entró en la casa Orlando. 

- ¿A que hora llegaste? - Le pregunto a Raul, mientras le daba un pequeño beso a su esposa.
- Hace no mas de 3 minutos - respondió él, levantándose para darle un abrazo 
- ¿Cómo te fue hoy en el trabajo?- dijo Irene desde el fregadero porque se encontraba de espaldas lavando los trastes. 
- ¡Uff, vengo rendido, pero con ganas de salir!, dime ¿Qué hiciste toda la tarde? - pregunto Orlando
- limpiar, sacudir, barrer… le sigo - respondió muy seria, sin voltear a verlo. -Siéntate para que te sirva de comer - dijo Irene mientras dejaba lo que estaba haciendo y se acercaba a la estufa para calentarle la cena a su esposo, aprovechando para servirle a Raul y a ella.

Una vez que acabaron de cenar, Orlando se retiró a su habitación excusándose porque se sentía muy sucio y se iba a dar una ducha, para planear a donde salir.

Hipócritamente, aquellos amantes se afirmaron y ambos quedaron en esperarlo. Irene se levanto con la intención de lavar los trastos y Raul comento que le ayudaría a secarlos y ponerlos en orden.

Pero más tardó Orlando en tocar con su cabeza el agua tibia, que ellos en entregarse a su pasión malsana.

- ¿No que venías ayudarme? - dijo ella al sentir la mano de él hurgando en sus pantaletas.
- No tenemos mucho tiempo,  ¿no me digas que no quieres ayuda?, además ya estas húmeda nuevamente - repuso Raúl retirando su cabello para besarle el cuello
- Claro, pero ¿y si sale? - preguntó ella aparentando un miedo que no sentía en lo más mínimo. 
- No te preocupes - dijo él - ya sabes que se tarda mínimo 10 minutos. - Y una vez dicho esto, se entregaron una vez más a esta relación en la que ya llevaban varios años sumergidos, porque al fin y al cabo lo único que importaba para ellos era vivir día a día esta pasión.